Históricamente nos han enseñado que descender de categoría era una tragedia: una suerte de deshonra a los colores, al escudo y la gente. Lo imperdonable, especialmente para jugadores y dirigentes. Felizmente, esta idea parece ir mutando. No es trágico descender. No es la muerte de nadie, como se dice.
Por los medios, las historias, el fanatismo mal entendido, siempre el perder la categoría fue horrendo. Aunque los procesos llevan a pensar y analizar las razones de estas desgracias.
Si, lógicamente, es doloroso. Para el hincha, el socio, el futbolista, no es lo mismo estar en la B que en la A. En lo folclórico, está la “gastada” de los rivales y el trajín propio de tener se peregrinar en la categoría con los peores horarios y rivales “indeseados”.
Lo bravo de estar en la B para un equipo que quiere ascender, es que al final del proceso, está en juego el trabajo de todo el año y es ganar o perder. Porque perder es volver a comenzar en ese mismo lugar del que se quiere salir.
A lo mejor lo más complicado de perder la categoría es el golpe de realidad: tener el duro trabajo de introspección de revisar qué se hizo mal, por cuánto tiempo, indefectiblemente hay culpables y no tan culpables con nombres y apellidos. Historias enteras, buenas intenciones que no escapan de las críticas.
El consuelo es el tiempo y la motivación para encontrar fuerzas y, si así se desea, poder volver al lugar querido.
La gestión es innegociable, se necesita acompañamiento y un rumbo. La posibilidad de que ese paso atrás sirva de impulso depende solamente de los que quieren al club.
Con similitudes y diferencias, esta es más o menos la historia que hoy les toca en el fútbol de la Liga Chacarea a Independiente de San Antonio y La Tercena. Porque al fin y al cabo la “tragedia” no es tal. Es un golpe de realidad, lo que no es poco.
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